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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Horcajo, Las Hurdes (Cáceres), Extremadura







          Poco a poco, subiendo por un sinfín de curvas y siempre acompañados por un inmenso bosque de pinos y el río Esperabán, nos adentramos a la alquería de Horcajo. Silenciosa se despierta de la siesta al fondo del valle con el suave murmullo del río de su mismo nombre. Hoy sábado, el sol aprieta a estas horas de la tarde.


         Una vez allí, un merecido baño nos espera a la sombra de las árboles y con el testigo inestimable de un viejo puente de pizarra al más puro estilo jhurdano. Aguas limpias y tranquilas, poca gente y temperatura ideal .... el remojón está garantizado. Y si nos adentramos un poco remontando el río las libélulas, mariposas, peces, aves y diversas clases de anfibios y reptiles, harán el resto para acabar con una excelente tarde.


               El pueblo nos espera ansioso, sus calles y su luz nos despiertan en épocas pasadas. Puertas de madera, tejados de pizarra y paredes de piedra nos llevan poco a poco hacia el pasado, y esas luces de la tarde nos transportan a un ocaso que se presume cercano pero hermoso.


     Y siguiendo a nuestra misma sombra seguimos la calle viendo como en cada esquina una y mil imágenes nos sorprenden. Fuente de buen porte con su parra, su gato y su rueda de molino nos descubre el pasado de estas gentes. Una parada y  unos segundo a la sombra nos reconcilian ante los silencios ....


      Y él, nuestro gato guía nos lo hace ver. Su carita un  tanto seria y sus inconfundibles ojos de gato no nos hacen dudar que este felino esconde un montón de aventuras ratoniles, su amabilidad y sus ganas de agradar satisfacen al visitante. Y nos persigue ....


     No hay duda, ninguna .... que el más rico de los elementos de este mundo, el agua, se pasea impunemente por estos campos, les da vida y aunque en el tiempo que vivimos no nos sobra, hay signos de lo bien distribuida que estuvo. Una calle con su fuente es un lujo que no muchos lugares pueden sentirse orgullosos de ellos .... aquí sí, Las Hurdes son un verde remanso de paz, aguas cristalinas y verdes valles.


     Seguimos la empinada calle rodeados de viejas construcciones de piedra, madera y pizarras. Los tejados, esos protectores de la lluvia, se presentan ante nosotros como el resultado de una lucha contra el tiempo y la modernidad. Sus cimientos naturales  no sorprenden al caminante pero le hacen pensar el otros tiempos.


     El bullicio de las calles en invierno, el lugareño paseando sus andares en busca del sustento diario, el ganado ensimismado en comenzar un nuevo día, lo cotidiano, lo extraño y lo indiferente se mezclan en la memoria y tras la puerta se asoma un borriquillo curioso. El transeúnte esboza una leve sonrisa y acaricia su limpio y suave pelaje. Nunca sabremos agradecerle en su justa medida todo aquello que ofreció y ahora goza del descanso que no siempre tuvo.


     Y el caminante continúa, ante su mirada, la piedra sigue presente, el valle, el run run del agua en el arroyo, los huertos, esos diminutos huertos llenos de vida y entretenimiento que un día fueron el pan y la sal, hoy son el sustento pretencioso de la modernidad más atrevida. Y aquí arriba, el turista se siente a gusto, disfruta de las vistas del Ramajal y al fondo, el azul del cielo se torna rojizo y amarillento. La tarde cae .... y los ojos del visitante se centran  el el disfrute final del día.


           Vamos saliendo de entre las casas como si el timbre de llamada sonara a despedida. Las sombras ocupan el espacio, el calor se atenúa y la noche espera sentada en sus poyetes de piedra, una charla a la luz de la luna, un buenas tardes y un adiós se confunden tras la esquina. Seguimos disfrutando del silencio y de los recuerdos. Y vamos dejando la sombra atrás, ya no nos persigue, pero sin duda, la emoción del caminante permanece en el tiempo .....


y ahora ya sí, enfilamos la calle sin mirar atrás. Nuestro fiel acompañante ya descansa en algún rincón y nosotros sentimos la fuerza de la naturaleza delante y volvemos a recordar el verde de los huertos, las brillantes aguas cristalinas del río, los pinos, las libélulas y ahora, el croar de las ranas nos despide. Y como al principio, un sinfín de curvas nos llevan lejos pero no tanto como para olvidar. Siempre, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, siempre hay un tiempo para volver y otros muchos para recordar.  Gracias Horcajo !!!!!



Enlaces de interés :
 Horcajo, Las Hurdes, Cáceres, Extremadura
Ramajal rural.-